La Congruencia: el arte de ser uno mismo. Por Mercedes Azcárate
La congruencia: el arte de ser uno mismo
“Se ha descubierto que el cambio personal se ve facilitado cuando el psicoterapeuta es lo que es…”
Así comienza Carl Rogers al hablar de una de las condiciones esenciales que el counselor o facilitador tiene que desarrollar en él /ella para que un encuentro de counseling sea transformador: la congruencia. No se trata de una condicion de perfección ni de un ideal inalcanzable, sino de la capacidad de estar en contacto con uno mismo, de reconocer lo que se siente y, si es necesario, expresarlo sin máscaras. Esta idea, nacida en el ámbito clínico, trasciende la consulta: ¿cuánto cambia nuestra vida cuando nos animamos a vivir con esa misma congruencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos? ¿Cuánto alivio aparece cuando dejamos de sostener una fachada y empezamos, poco a poco, a ser?
El ruido interno de la incongruencia
¿Alguna vez sentiste que actuabas de una forma que no tenía nada que ver con lo que realmente pensabas o sentías? Esa distancia, a veces sutil y otras abismal, genera un ruido interno difícil de ignorar. Puede disfrazarse de ansiedad, cansancio, frustración o vacío, pero casi siempre tiene una raíz común: estamos desconectados de nosotros mismos. La congruencia, en cambio, es ese estado en el que hay armonía entre lo que pensamos, lo que sentimos, lo que decimos y lo que hacemos. Y cuando aparece —aunque sea por momentos— sentimos un alivio profundo, como si el cuerpo y el alma pudieran finalmente descansar en el mismo lugar.
¿Qué es la congruencia?
Carl Rogers, figura clave del enfoque centrado en la persona, define la congruencia como la capacidad de “ser tal cual uno es”. Una persona congruente no necesita fingir ni adaptarse forzosamente a lo que se espera de ella: habita su verdad, incluso cuando no es cómoda, incluso cuando es contradictoria. Ser congruente no significa tenerlo todo resuelto, ni vivir en esa congruencia perfecta. Significa, más bien, estar en contacto con lo que nos pasa, asumirlo, y —si elegimos expresarlo— hacerlo desde ese lugar de autenticidad. Es un ejercicio de honestidad interna que, lejos de hacernos rígidos, nos vuelve más humanos.
La congruencia del counselor, por ejemplo, es una de las condiciones básicas para que se dé un encuentro genuino. Ser congruente implica que el profesional no se esconde tras un rol, sino que se permite estar presente tal como es, conectado con lo que siente, sin actuar desde la técnica sino desde la autenticidad. Esto no significa “decirlo todo”, sino sostener una presencia honesta y coherente, que invita al otro a confiar, a relajarse, y a hacer lo mismo.
¿Por qué nos cuesta tanto?
Porque crecer en esta sociedad muchas veces implica aprender a encajar, a complacer, a agradar. Desde chicos vamos incorporando mandatos y creencias que nos enseñan que mostrarnos tal cual somos puede ser peligroso o inconveniente. Aprendemos a poner cara de que no pasa nada, a decir “sí” cuando en realidad quisiéramos decir “no”, a desconfiar de nuestras emociones. La congruencia, entonces, se convierte en un acto de valentía: es elegir salir del personaje y volver a casa, a nosotros mismos, aun cuando eso implique cierto riesgo. No es fácil, pero sí profundamente liberador.
Consecuencias de vivir en incongruencia
Cuando pasamos mucho tiempo desconectados de lo que sentimos, el cuerpo y la mente lo empiezan a manifestar. La incongruencia sostenida genera malestar psíquico, confusión interna, cansancio emocional. Las relaciones se vuelven tensas o superficiales, porque no estamos presentes de verdad. Y aparece una sensación difícil de nombrar, pero muy clara: la de estar traicionándonos. Vivir en incongruencia es, de alguna manera, vivir exiliado de uno mismo.
Pequeños pasos hacia una vida
más congruente
La buena noticia es que no hace falta hacer grandes revoluciones para empezar a habitar la congruencia. A veces alcanza con detenernos a escuchar lo que sentimos antes de responder en automático. Con escribir lo que realmente pensamos, aunque sea en una hoja que nadie vea. Con atrevernos a decir “no” sin justificarnos tanto. Con preguntarnos: ¿esto que estoy haciendo, lo hago porque realmente quiero o por miedo a decepcionar a alguien? La congruencia empieza en lo íntimo, en lo sutil. Y crece con la práctica.
La congruencia no es rigidez
Ser congruentes no implica aferrarse a una única versión de uno mismo. No se trata de actuar igual siempre, ni de vivir en blanco o negro. Podemos cambiar de opinión, transformarnos, movernos entre matices, y aun así ser fieles a nuestros valores. La congruencia no encierra: libera. Porque cuando dejamos de fingir, recuperamos energía, presencia y claridad. Es un camino que se construye día a día, con amabilidad, paciencia y coraje.
Para terminar, la congruencia no se impone, se elige. Se busca. Se practica. Y a veces, simplemente, se permite.
¿Qué pasaría si hoy empezaras a escuchar con más atención lo que tu cuerpo y tu alma necesitan decir?
Quizás ahí, en ese silencio honesto, empiece a nacer algo parecido a la paz.
Todo un reto!!!
Clr.Mercedes Azcárate
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